Historia versus Economía

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La falacia del economista productor

Un argumento de autoridad recurrente de economistas como el Profesor Luis Garicano o José Luis Ferreira es la falacia del economista productor. Esta consiste en afirmar que nuestros niveles actuales de bienestar y progreso material se deben a los economistas (¿desde cuándo cosechan la tierra?), de tal modo que esta riqueza valida empíricamente sus teorías. La falacia es burda, pero la mayoría de economistas son burdos y, por eso, la sueltan impertérritos. Como es obvio, ha sido la contribución intelectual de científicos como los físicos, los químicos, los biólogos o el ejercicio profesional de médicos, maestros, artistas o filósofos combinado con el trabajo esclavo o remunerado de millones y millones de personas lo que ha permitido que la humanidad avance. Se puede discutir qué aportación ha sido más significativa: si la elevada intelectualmente o la surgida del brazo del común de los mortales, pero, en términos generales, nuestro progreso material responde a un avance del conocimiento que ha tenido como protagonistas a los receptores originales de los premios Nobel y no a los economistas, por mucho que se empeñen en autoasignarse un remedo de dichos galardones.

Sin embargo, los economistas suelen mostrarnos gráficas como ésta, que fue reproducida en NeG, para demostrarnos que gracias a su descubrimiento de la economía de mercado se disparó la productividad y eso ha permitido aumentar el número de población y su esperanza de vida. Hoy no pienso entrar a discutir en detalle este tipo de gráficas, pero les avanzo que son, simplemente, falsas. La econometría aplicada al siglo XIX es tan fiable como el Reiki, pero en siglos previos tiene mayor margen de error que la quiromancia. De hecho, presentar este tipo de gráficas no es más que un insulto a la inteligencia y un tipo de fraude, aunque a los economistas les hace sentirse más científicos (¿Algún día superarán el trauma de que sus padres no les dejasen estudiar física porque eso no era para niños ricos?).

No obstante, mi crítica desmontará en su totalidad la falacia del economista productor, del libre mercado como motor del progreso, una mantra que proviene de una vulgarización del magnífico Ensayo sobre el origen de la sociedad civil de Adam Ferguson. En primer lugar, no analizaremos el Imperio romano e iremos directamente a la Edad Media, aunque apuntaremos que existe un debate sobre el supuesto retroceso económico que implicó la ruralización de Europa, porque la desaparición de los elementos visibles vinculados a la existencia de instituciones políticas centralizadas como los edificios públicos y las obras artísticas no implica necesariamente que los europeos viviesen peor. El comercio se redujo y las ciudades decrecieron, pero es posible que los campesinos estuviesen mejor alimentados y hubiese más campos en Europa roturados. De esta situación, debemos partir que uno de los grandes problemas que tuvo la economía Europea durante la Alta y la Baja edad media fueron los instrumentos de cambio: el oro para hablar en plata. Me temo que ningún supereconomista ha leído el extraordinario libro de Peter Spufford Dinero y moneda en la Europa medieval (600 páginas sólo aptas para adictos que leí en mi primera semana de universidad) describía un escenario de una economía europea constreñida por la falta de liquidez y un feudalismo institucionalmente adaptativo cuyas crisis políticas impedían un desarrollo económico mucho más intenso. Si bien es cierto que en la baja Edad Media se desarrollaban las cartas de pago y otro documentos similares al papel moneda, este libro planteaba cómo las instituciones usaban y condicionaban la inversión mediante la creación de algo como el dinero (¿entienden ahora porque Friedman y su rollo de la política monetaria es neutra siempre me ha parecido una de las mayor estupideces de la humanidad?). Este libro junto haber vivido el proceso de creación del Euro hicieron que me plantease hacer la tesis doctoral sobre la evolución histórica de mercados locales imperfectamente monetarizados y de cómo las instituciones sociales y políticas se adaptaban para suplir, condicionar o restringir la proliferación de instrumentos de pago independientes. Mi destino hubiese sido la LSE; pero después de intentar explicarle estas cosas algunos profesores y ver que nadie me entendía, me pasé a contemporánea.

En este punto, tenemos el descubrimiento de América y la llegada de metales preciosos, tema estudiado en el injustamente tratado El tesoro americano y la revolución de los precios en España 1501-1650 de Earl J. Hamilton, el primer libro de historia económica con un enfoque macroeconómico que, me temo, tampoco han leído los famosos economistas que tanto escriben sobre reformas de las instituciones. Aunque todavía hay colegas que creen que Pierre Vilar tenía razón en sus polémicas con Hamilton, lamento comunicarles que Vilar sólo escribió sandeces marxistas (Vilar pensaba que Hamilton era keynesiano y, como él era marxista ortodoxo, debía desacreditarlo cómo fuese). En definitiva, el descubrimiento de la plata y el oro fue fundamental para el desarrollo del capitalismo. Cosas como la libre empresa, la libertad individual, la ley de la oferta y la demanda no pintaron mucho en el desarrollo económico de Europa en la Edad Moderna. Fue algo tan simple como el atávico y bárbaro amor de los hombres por los metales preciosos, esa irracionalidad del patrón oro que defiende la escuela austriaca. Por otra parte, estos metales se lograron mediante el uso sistemático de la fuerza, el exterminio de los enemigos, el genocidio, el trabajo esclavo… cosas que nada tienen que ver históricamente con el libre comercio.

Aquí aparecen dos historiadores de la economía como Andre Gunder Frank (alumno de Friedman, colaborador de Rostow y maltratado por el establishment universitario americano por ser un economista demasiado filosófico) e Immanuel Wallerstein. Sus obras son conocidas, pero las resumiremos: el comercio mundial y la producción masiva de bienes como el té, el azúcar o el café se logró gracias a un sistema de intercambios desiguales que tuvo su principal fuente de riqueza en las plantaciones esclavistas que Europa fundaba en sus colonias y en el secuestro de decenas de miles de africanos que murieron lejos de sus familias para que Europa pudiese aumentar sus niveles de consumo.  Como puede apreciarse, el libre mercado y la labor de los economistas fueron decisivos para lograr tomarnos una taza de chocolate caliente.

Por otra parte, tendríamos la obsesión por los Estados Europeos por dominar militarmente el continente, hecho que nos llevaría a una presión para mejorar la tecnología militar que benefició o motivó la revolución científica, al mismo tiempo que inició el desarrollo sobre el pensamiento económico: el mercantilismo y las posteriores críticas de fisiócratas, James Stewart y Adam Smith. Pero todo esto ocurría muy lejos de la campiña inglesa, donde algunos nobles aficionados a la horticultura innovaban y probaban nuevos sistemas de cultivo: Norfolk, Jethro Tull y abundantes lluvias incrementaron la producción del campo inglés. Parece ser que unos supuestos métodos de posesión de la tierra más modernos y enfocados al mercado fueron los responsables, pero ya no estamos tan seguros de eso o que eso fuera específico del campo inglés. Es más, también tenemos serias dudas de que el campo inglés fuese más moderno o capitalista que, por ejemplo, el valenciano, aunque ese es otro debate.

En teoría, aquí tocaría hablar de la Revolución Industrial y podríamos asignarle el mérito a Adam Smith. El problema, empero, es que no hubo tal revolución. El prometeo desencadenado de David S. Landes o el take-off de Rostow son mitos. Desde los trabajos de Maxine Berg sabemos que hubo un crecimiento sostenido de 1700 a 1850 fundado, principalmente, en la mejora de la producción agraria y que el Verlag System fue capaz de atender al incremento del consumo sin rápidos crecimientos ni una rápida proliferación de la industria o la maquinaria. De igual modo, la industria algodonera británica se proveía de algodón cultivado por esclavos y los contratos de trabajo se consideraban una compraventa de la fuerza laboral y, en consecuencia, si el trabajador decidía abandonar el trabajo, se le encarcelaba por deudas por no haber indemnizado al patrón por su incumplimiento de contrato. En resumen, se forzó a la gente a trabajar más y a producir más y se usó al Estado para disciplinar a la población con el fin de que entendiesen que, racionalmente, tenían el imperativo de trabajar y, si no querían, serían castigados por ello. Como puede observarse, la ley de la oferta y la demanda fijaba los salarios.

Esto ocurría en la liberal inglesa, cuna del libre comercio, aunque la Revolución Industrial ocurrió, realmente, en Alemania. La llamamos segunda, pero fue la única. De hecho, es la que conoció Sombart, quien, equivocadamente, pensó que en Inglaterra habría ocurrido lo mismo cien años antes y acuñó la expresión revolución industrial. Sin embargo, de 1870 a 1900 lo que ocurrió en Alemania no se debió al libre mercado, fue mérito del Estado. De hecho, Alemania quebró la fe en el liberalismo y mostró que podía haber una forma superior de organización gracias a una fuerte presencia del sector público en todos los ámbitos de la vida. El espectacular avance tecnológico e industrial de aquellos años se debió, principalmente, al Estado. Si alguien cree que esto podría atribuirse como mérito de los economistas académicos, hay que recordar que los alemanes pensaban que la economía no era una ciencia y tenían su Escuela Histórica Alemana. Mucha de las críticas planteadas en este blog, ya fueron formuladas por ellos hace más de 150 años, si bien el anticosmopolitismo de estos autores los ha desacreditado al asociarlos con el nacionalismo agresivo alemán previo a la Gran Guerra (¡Claro, el imperialismo sajón no era nada agresivo!). Sin entrar en más detalles sobre la cuestión, decir que, en todo caso, la economía ortodoxa todavía no ha desempeñado ningún papel en la historia de la humanidad.

No obstante, después de la Gran Guerra los economistas académicos ortodoxos sí jugaron un papel fundamental en la historia de la humanidad intentando volver al patrón oro. Intentaron aplicar su ciencia a la realidad, provocaron la Gran Depresión y luego la agravaron. Esto sí computa plenamente en su haber. De allí salimos gracias a la Segunda Guerra mundial o a heterodoxos como Keynes o Kalecki, como prefieran. De aquí, nos vamos a la Guerra Fría: la economía mixta y la masiva inversión en ciencia y educación para lograr ser la potencia hegemónica. Esto ya es el presente y la contribución real y neta de los economistas neoclásicos es objeto de discusión a día de hoy. Unas discusiones imposibles de resolver científicamente, por cierto. Jamás determinaremos si el SDI de Reagan dinamizó la economía norteamericana y permitió Microsoft y Google o si fue un masivo desperdicio de recursos públicos que ha llevado al imperio al colapso. Discutiremos, argumentaremos y presentaremos pruebas, pero eso no será seguir el método científico aunque seamos rigurosos.

En definitiva, cuando escuchen a un economista con su charlatanería arrogante, le dicen que no les debemos nada. De hecho, todavía no sabemos muy bien qué han hecho exactamente y, menos todavía, qué han hecho por el bien de la humanidad. Tampoco sus ideas han ayudado a combatir enfermedad alguna, ni han reducido la tasa de mortalidad, ni han permitido que tengamos mejores ordenadores o coches. Todas esas cosas las han hecho personas con otros estudios e inquietudes. Es más, es posible incluso que la aplastante presencia de ejecutivos formados en Económicas al frente de muchas empresas haya hecho que estén peor gestionadas, al recaer en las manos de universitarios que no sabían hacer nada y no sabían nada de lo que se hacía en esas empresas. Es incluso factible que los economistas lo único que produzcan sea ruido con sus interpretaciones sobre la realidad. Los historiadores, como mínimo, siempre contamos historias. Somos más honestos.

SIRERA MIRALLES

Carles Sirera Miralles (València, 1981) is a Spanish historian and adjunct professor in the University of Valencia. His principal lines of research focused on the problems of the democratization in Europe, especially during the end of Nineteenth Century and the beginnings of the Twentieth Century. As social historian, he has wrote about the sports and sociability and his thesis, Un título para las clases medias, is one of the most completed and relevant studies on the subject of the secondary school in Spain. His intellectual influences are the Alltagsgeschichte school, Norbert Elias, Fritz K. Ringer and all historians who, although the limitations of our discipline, think that is possible reach some kind of valid, useful and interesting knowledge.

2 thoughts on “La falacia del economista productor

  • campos

    Menudo post, esta vez te has superado.

    Por cierto, a qué te refieres cuando dices:

    “la evolución histórica de mercados locales imperfectamente monetarizados y de cómo las instituciones sociales y políticas se adaptaban para suplir, condicionar o restringir la proliferación de instrumentos de pago independientes. Mi destino hubiese sido la LSE; pero después de intentar explicarle estas cosas algunos profesores y ver que nadie me entendía, me pasé a contemporánea.”

    ¿Sistemas monetarios alternativos que fueron extorsionados?

    • SIRERA MIRALLES

      Uff, mi tesis que nunca escribí: En la baja edad media (1200-1400), las ciudades del mediterráneo son muy activas económicamente y empiezan a construir nuevos instrumentos de intercambio como los censales. Es decir, deuda pública emitida por los municipios. En cierta medida, la falta de confianza entre los productores favorecía que se comprase deuda pública que se usaba como papel moneda y, esto obviamente, otorgaba un poder tremendo a los municipios para controlar y condicionar la producción y la inversión de las ciudades. Por esa razón, el control político de la ciudad era vital y se organizaban por gremios y oficios las solidaridades políticas. Del mismo modo, el gremio institucionalizaba la reputación, el crédito, de algunos miembros del sector de productores y permitía que pudiesen comerciar sin necesidad de tener a mano la liquidez, gracias a la confianza. Es decir, que en mercados muy abiertos y competitivos, era necesario institucionalizar la confianza (el crédito), para que algunos agentes pudiesen operar sin tantas restricciones, pero, obviamente, esto eran barreras para otros.
      Se trataba de una tesis muy en línea de Polany y Sweezy para describir la construcción social y política de los mercados locales en la baja edad media que aspiraba a unir elementos de antropología para explicar las redes clientelares atadas mediante las instituciones políticas. Pero como el marco hegemónico en España era muy marxista y desfasado, nadie entendía nada de lo que decía. Sólo había un profesor de la LSE que estaba trabajando en estos temas. Era el 2004 y no conocía a nadie que lo conociese (ahora, en general, el mundo académico es más abierto y accesible), y no tenía suficiente confianza todavía en mi inglés para ponerme en contacto con él por las buenas. Además, no hubiese logrado una beca extranjera y me habría tocado pagarme el doctorado de mi cuenta. Más otras cuestiones de índole personal, al final pensé que había otros temas interesantes y cuando mi director de tesis, que fue el mejor profesor y más exigente que tuve en la carrera, me aceptó, pues decidí hacer contemporánea y centrarme en la democratización desde una visión crítica a la teoría de la modernización.
      Pero bueno, la política de las ciudades mediterráneas en esos siglos tiene unos movimientos de lucha y protesta que no eran milenarista ni irracionales: apuntaban a los problemas de la emancipación de los seres humanos y al cómo el gobierno de la República controlaba a la población mediante la política monetaria. Cosas del pasado que no tienen nada que ver con el presente.

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