Historia versus Economía

Un académico contra el imperialismo económico

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Ciencia al servicio de la transición española: monarquía es democracia

En estas últimas semanas, hemos asistido al desfile de expertos académicos formados en Ciencias Sociales (politólogos y economistas, básicamente) que en los medios de comunicación han explicado que nuestra monarquía es equiparable al resto de monarquías europeas y, por lo tanto, monarquía es democracia. Para armar su argumentario han recurrido a terminología con aspecto de cientificidad que coloca en nuestra opinión pública su ideología particular disfrazada de debate objetivo y neutral. Es el clásico fenómeno que, desde el Affaire Balcells, denuncio desde este blog, porque se trata de prácticas académicas cuestionables. En uso y abuso de la confianza que la sociedad deposita en los académicos, estos colegas instrumentalizan el conocimiento para desplegar una agenda política. En esta ocasión, ese mecanismo automático ha sido tan estridente que los investigadores formados por el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales de la Fundación Juan March han protagonizado la defensa científica de la monarquía con el principal propósito de salvaguardar el honor de la transición española.

El CEACS de la Juan March es el mayor colegio invisible de España y, gracias a la labor de Juan José Linz y José María Maravall (ministro socialista e hijo del intelectual falangista y ministro franquista José Antonio Maravall), ha reclutado a una generación de jóvenes académicos que se ha formado bajo los parámetros de la politología norteamericana nacida para combatir el comunismo. El CEACS de la Juan March está ahí para recordarnos que cualquier intento de democratización de un sistema político conduce irremisiblemente al totalitarismo y, por lo tanto, siempre serán necesarias unas elites sabias y racionales que nos gobiernen. En consecuencia, nuestra transición protagonizada por las elites era la mejor posible y no podemos cuestionar qué ocurrió antes de que nuestra constitución fuese aprobada. Es decir, los académicos no deben tener como prioridad investigar sobre los negocios que hizo Juan March durante la Segunda República, durante la Guerra Civil y durante el franquismo y, menos aún, exigir algún tipo de responsabilidades a la Banca March, que tiene importantes participaciones en las más grandes empresas del país. Este tipo de inquietudes son propias de freaks populistas que no merecen publicar en revistas científicas de prestigio y deberían ser expulsados del mundo académico. El CEACS de la Juan March se creó con esta agenda y sus discípulos son muy activos en su propósito de construir un consenso científico blindado a su medida.

Como ya he explicado en anteriores ocasiones, su modus operandi consiste en la simulación de un debate intelectual mediante el reconocimiento mutuo y la autovalidación. Los académicos del CEACS esconden haber pasado por ese centro en sus biografías, se citan constantemente entre ellos y discuten sobre pequeños detalles con gran impostura para simular controversia e intercambio de argumentos. Pero son siempre los mismos distribuyéndose en distintos medios de comunicación y en distintos blogs con el propósito de aparentar pluralidad. Son un grupo cerrado construido mediante la cooptación y el sometimiento a los jerarcas, ergo es comprensible que entiendan el elitismo como un valor positivo. En definitiva, el clásico compadreo académico que es vital para sobrevivir en este mundo: si realmente eres independiente porque consideras que es la única forma de ser honesto, tienes que ser brutalmente bueno. En caso contrario: te marginan, te ningunean y acaban contigo en unos pocos semestres.

Sirva esta introducción para entender por qué los debates de nuestra opinión pública están siempre tan viciados y adulterados. Estas dinámicas ocurren en todos los países, pero el CEACS de la Juan March es uno de los mayores ejemplos de éxito por su situación próxima al monopolio intelectual. Es gracioso ver cómo sus miembros abandonan las páginas del rotativo El País para colonizar nuevos medios, cuando su hegemonía proviene de la infatigable tarea de vocero que les hizo PRISA, pero instinto y oportunidad política no les falta a estos académicos. Sin embargo, los espacios de discusión de nuestra opinión pública se están abriendo y esto obliga a los cotos cerrados y protegidos a confrontarse con las voces críticas que cuestionan sus argumentos y su praxis académica.

A este respecto, es necesario preguntarse cómo personas tan instruidas pueden decir que la monarquía española es equiparable a las del resto de Europa. Es evidente que no saben historia o no les importa. Usan una cuadrilla con parámetros presentistas que determina que estos países son entidades homologables, a pesar de sus innegables diferencias. Como siempre, hacen trampa. Seleccionan artificiosamente, porque ningún país es una entidad presentista sin pasado. Todos los sistemas políticos se construyen históricamente y, para entenderlos, es necesario recurrir a la historia. Por esa razón, como expliqué en El enemigo es la cultura, su propósito último es eliminar la historia y los estudios culturales de las universidades. Por lo tanto, se puede equiparar la monarquía española al resto de monarquías europeas? Sencillamente, no; como demuestra la siguiente tabla:

PAÍS

RELIGIÓN

RÉPUBLICA

DICTADURA

IGM

IIGM

REFERÉNDUM

DESTITUIBLE

Bélgica Católica

No

No

Aliados

Ocupado Col.

No

Dinamarca Protestante

No

No

Neutral

Ocupado Col.

No

No

España Católica

Neutral

No beligerante

No

No

Noruega Protestante

No

No

Neutral

Ocupado Res.

No

Países   Bajos Protestante

No*

No

Neutral

Ocupado Res.

No

Reino   Unido Anglicana

No

No*

Aliados

Aliados

No

Suecia Protestante

No

No

Neutral

Neutral

No

* Los Países Bajos fueron la República de Batavia durante la ocupación napoleónica, mientras que Inglaterra fue un protectorado bajo el mandato de Olivier Cromwell entre 1653-1659

 En primer lugar: sólo dos países católicos en Europa tienen sistema monárquico. Esto no es una cuestión secundaria, porque la monarquía se erige en el siglo XVIII como el mayor adversario de la Iglesia católica. Los ilustrados eran profundamente monárquicos, como también lo serían posteriormente los liberales, porque consideraban el trono la mejor garantía contra la pretensión de hegemonía del altar. En consecuencia, mientras el monarca cumplía con ese papel constitucional, recibía el apoyo de la clase política, pero, cuando se aliaba con los ultramontanos, solía producirse una rebelión que producía su exilio. Esa es la historia de España y eso explica que España sea la única monarquía actual que, en el pasado, fue una república (Los países bajos durante la ocupación napoleónica fueron la República de Batavia, pero no era un sistema democrático). La gran singularidad de la monarquía española es precisamente esa: que en el pasado fue, por dos ocasiones, República. La normalidad no es ser una monarquía ni ser monarquía es una cuestión intrascendente. No, la excepcionalidad es tener una restauración monárquica y ser una monarquía es un hecho terriblemente significativo, porque evidencia que la democracia perdió en este país. Es más, la democracia perdió la Guerra Civil y, por esa razón, España es la única monarquía europea que fue una dictadura.

Si el lector formado cree que eso se debe a la histórica singularidad española y su atraso respecto de Europa, es necesario explicarle que ese argumento es falso. La singularidad española proviene del siglo XX y se llama franquismo y restauración monárquica. En cierta medida, guerra civil, dictadura y democracias tuteladas posteriores también nos asemejan a Grecia y Portugal (¿Los tres países estamos rescatados? ¿No será la falta de soberanía política y de democracia nuestro auténtico problema?), pero estos dos países terminaron en sistemas republicanos que, en el caso griego, tampoco son garantía de sistemas democráticos libres de redes clientelares. Esto, empero, tampoco significa que monarquía sea una garantía de sistemas democráticos libres de redes caciquiles, contra argumentación falaz.

De hecho, la consolidación de la democracia combinada con monarquía se logra en aquellos países que, tras decenios de tensiones políticas entre democracia, parlamento y monarquía, sus casas reales tomaron decisiones vitales para su supervivencia. La primera y más trascendental fue la declaración de neutralidad durante la Primera Guerra Mundial. Los imperios centrales no sólo perdieron el conflicto, también las coronas que presidían sus sistemas políticos. Esta fue la primera gran limpieza de reyes que vivió Europa y que visualiza esa tensión de fondo entre democracia y monarquía que explica parte de nuestra historia. Se repite de nuevo el fenómeno durante la Segunda Guerra Mundial, ocasión en la que los reyes de Noruega y los Países Bajos optan por la resistencia ante la ocupación nazi, comportamiento patriótico, nacional, popular… que los legitimará tras la derrota del Eje. Más confuso es el caso de Dinamarca, ya que todo el país optó por colaborar con el supuesto invasor. Uno de los grandes éxitos internacionales de Dinamarca y Suecia es lograr que pocas personas pregunten qué hicieron estos países durante la Segunda Guerra Mundial, aunque, paradójicamente, esto sirvió para validar sus monarquías. Las casas reales de estos países fueron tan indulgentes con el nazismo como sus poblaciones. Por lo tanto, criticar el papel de la monarquía en este periodo hubiese significado abrir el debate sobre la colaboración con los alemanes dentro de sus sociedades y todos optaron por callar. La complicidad generalizada con el nazismo unió a sus reyes con sus súbditos. Aquí, el caso particular es Bélgica, cuyo país sí se sometió a un proceso de desnazificación y enjuiciamento de los colaboracionistas que incluso llegó a afectar a la Corona. La monarquía fue sometida a Referéndum en 1950 y, a diferencia de Italia, ganó la consulta, si bien el rey abdicaría en su heredero a los pocos meses.

España, por otra parte, es el único país que fue no beligerante (paso previo a declarar la guerra). Es decir, el único que oficialmente no fue neutral y colaboró institucionalmente con el Eje. De hecho, Franco es el único superviviente de las potencias del Eje y esa es, de nuevo, otra de nuestras singularidades históricas. La otra es que alguien como Juan March y sus familiares tenga una fundación a su nombre y tanta reputación pública como prohombres. Es cierto que Fritz Thyssen es una figura análoga, pero terminó por enfrentarse a Hitler y confinado en un sanatorio mental, además de hacer cierta constricción pública, mientras que Alfried Krupp fue juzgado y condenado a 12 años de cárcel, si bien sólo cumplió tres.

Finalmente, la preeminencia del Rey sobre las Cortes está reconocida en la Constitución de cuatro países al no recoger mecanismos legales que permitan al congreso destituir al monarca. Sin embargo, Dinamarca, Noruega y Bélgica son monarquías constitucionales con textos de más de cien años de historia que, mediante la práctica política, han limado la figura del Jefe de Estado a un papel simbólico. No obstante, incluso los Países Bajos y Suecia han vaciado legalmente de cualquier poder accesorio al Jefe de Estado y lo han sometido a la fiscalización del parlamento de tal forma que destituirlo exige un trámite legislativo poco farragoso y claramente tipificado. La excepción sería Reino Unido, pero tanto su Carta Magna de 1215 y su Bill of Rights de 1689 tenían la intención de recordarle al monarca que su poder estaba supeditado a la Cámara de los Lores y a la de los Comunes. Es más, cuando el rey lo olvidó, no tuvieron muchos complejos en la monárquica Inglaterra para cortarle la cabeza, recluirlo contra su voluntad o forzar su abdicación.

En definitiva, España es el único país de Europa católico con una monarquía que no se ha sometido a referéndum popular, que ha conocido la república, que ha sufrido una dictadura, que luchó al lado de Hitler y cuyo Jefe del Estado está completamente blindado ante la fiscalización del parlamento. Como es lógico, no nos debería sorprender tanto politólogo que no quiere que se abra el debate sobre monarquía y república porque, irremediablemente, nos retrotrae a nuestra historia y, ante todo, se trata de lograr la amnesia de nuestra opinión pública. Se trata de olvidar qué hizo en la guerra Juan March.

SIRERA MIRALLES

Carles Sirera Miralles (València, 1981) is a Spanish historian and adjunct professor in the University of Valencia. His principal lines of research focused on the problems of the democratization in Europe, especially during the end of Nineteenth Century and the beginnings of the Twentieth Century. As social historian, he has wrote about the sports and sociability and his thesis, Un título para las clases medias, is one of the most completed and relevant studies on the subject of the secondary school in Spain. His intellectual influences are the Alltagsgeschichte school, Norbert Elias, Fritz K. Ringer and all historians who, although the limitations of our discipline, think that is possible reach some kind of valid, useful and interesting knowledge.

4 thoughts on “Ciencia al servicio de la transición española: monarquía es democracia

  • En realidad fue una instauración, pues no se respetó la dinastía (Conde de Barcelona).

    La historia de los demás países es especialmente importante, porque éso denota que allí ahí una tradición de la monarquía mientras que aquí, durante el mayor tiempo que estuvimos sin rey (bajo Franco) el pueblo no echó de menos la monarquía, y no hay mayor ejemplo que éste para demostrar que la supuesta tradición que algunos emplean como escusa no es más que una pantalla de humo.

    Un asunto que me atrae especialmente es el del 23F ¿hasta qué punto hay información fiable sobre el tema? Desde luego no son pocos (muchos amigos personales del rey) precisamente quienes ponen al monarca como el cerebro del golpe.

  • SIRERA MIRALLES

    Hola Campos, tienes razón: técnicamente no fue una Restauración monárquica porque el franquismo es una ruptura brutal por la violencia con todo el marco legislativo previo que recibió un barniz de institucionalización a manos de su cuñado Serrano Suñer, auténtico padre intelectual de la dictadura.
    Sobre el 23F, hay mucho. De lo más interesante, un documental que hizo la TV3 hace muchos años y que incluye una entrevista con Armada. ¿Qué sabemos más allá de toda duda? Que González, Mújica y Guerra estaban planeando un gobierno de concentración nacional presidido por un hombre fuerte apolítico (¿Un general?). Que todos los partidos menos el PNV no veían con malos ojos el pasteleo. Que Armada se reunió con Mújica, que Armada se había reunido con el Rey, a pesar de sus tensiones con Sabino, que Armada reunió a los militares golpistas y les dijo que el golpe salía del Rey. ¿Iba Armada por libre hablándole a todos en nombre de otros? ¿Había recibido un encargo del Rey? ¿Estaba preparando un golpe a la argentina para forzar un golpe a la turca o lo que se llamaba la operación De Gaulle? ¿Armada seguía instrucciones del CESIC? Todavía no lo podemos saber.
    Sí podemos intuir que se estaba haciendo una lectura de nuestra Constitución en la que el Rey podía hacer caer a un gobierno y que a Suárez le estaban moviendo la silla y que nadie dudaba en usar al Rey para echarlo. Pero son suposiciones que no están probadas por mucho que Pilar Urbano quiera hacer creer lo contrario para vender libros.
    De todas formas, se estaba pensando en un gobierno que no saliese de unas elecciones, sino que fuese ratificado a propuesta del Rey por el Congreso (Por esa razón ahora el debate sobre monarquía/república están vital, porque se prepara una lectura más autoritaria de la constitución) y Adolfo Suárez se sintió traicionado y decidió dimitir. Probablemente, esa dimisión generó una confusión que Armada no pudo controlar y Tejero se fue por libre a ocupar el Congreso. El intento de Armada de mediar y proponer un gobierno de concentración nacional, pese no estar probado con total certidumbre, parece plausible. En este punto, hay que remarcar que la negativa de Tejero impide ese gobierno de concentración nacional. En caso contrario, nuestros diputados votan con Tejero en Hemiciclo ese gobierno de concentración presidido por Armada y todos tan contentos como si aquí no hubiese pasado nada. De hecho, después del lamentable y preocupante espectáculo, a nadie se le volvió a ocurrir meter al Rey en el juego político.

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