Historia versus Economía

Un académico contra el imperialismo económico

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Cómo se cambian las cosas en la universidad

En la vida real, las victorias siempre tienen un sabor amargo. Lograr tus propósitos requiere de costes a nivel personal que jamás puedes saber con certeza si valieron la pena. Es otro ejemplo más de la absurdidad del homo economicus, ya que no hay forma de hacer un cálculo utilitario de nuestras decisiones y de las consecuencias que provocarán. Por esa razón, aquellos que todavía conservamos una brújula moral no estropeada por el oportunismo sin límites no solemos preguntarnos qué podemos ganar o perder, sino más bien qué está bien o qué es digno o indigno de la imagen (nuestra identidad moral) que nos hemos hecho de nosotros mismos gracias a las personas que comparten nuestras vidas. Si todo tu entorno espera de ti que obres decentemente, sueles comportarte decentemente. Si hasta tus padres saben que eres un miserable y te lo consienten, elevas la mezquindad a virtud al proclamar que todos somos agentes racionales egoístas carentes de cualquier límite moral y de ese modo justificas tu cobardía y servilismo.

Sirva esta introducción para expresar mi alegría por mi primera victoria frente a mi antiguo centro de trabajo, la Universitat de València. El pasado 27 de mayo de 2015 la UV cambió todos los baremos para las contrataciones de profesorado (aquí se puede consultar el nuevo baremo de la Facultad de Geografía e Historia: https://www.uv.es/geohdocs/Baremos/BAREMO_AYUDANTES_DOCTORES.pdf), así como el reglamento que regula las contrataciones. A título personal, debería ser una gran alegría, porque hace ya casi cuatro años que empecé esta batalla. Dediqué el agosto de 2011 a hacer este informe para Joves Investigadors que analizaba los baremos de contratación para las plazas de Profesor Ayudante Doctor y explicaba cómo se cocinaban las comisiones de contratación. Desde entonces, participé activamente en reuniones y presiones varias, todas ellas infructuosas, para lograr cambiar las malas prácticas institucionalizadas.

Por otra parte, en septiembre de 2014 me consideré víctima de esas mismas malas prácticas y abandoné mi antiguo departamento en señal de protesta y presenté dos recursos que en total sumaban más de ochenta páginas explicando todos los problemas de procedimiento, irregularidades, conflictos de intereses y criterios arbitrarios aplicados por la comisión. No sólo era una denuncia, era un estudio de todos los defectos de procedimiento que la normativa permitía. Después de todo, como secretario de Joves Investigadors llevaba más de cuatro años asesorando a investigadores que habían sufrido situaciones similares y ofreciéndoles orientación por si decidían judicializar su caso. Todos optaron por desistir, gran error, como siempre.

En este país nos quejamos mucho, se protesta mucho en los pasillos, pero casi nadie se atreve a defenderse con todas las de la ley, porque es caro, lento y agotador. Es necesario una posición desahogada y tener buenos contactos o amigos en la abogacía, además de ser capaz de entender de temas judiciales uno mismo si no quiere sentirse al albur de los otros durante los trámites kafkianos que demoran el fallo final. Es comprensible, pero, al mismo tiempo, eso obliga a quienes sí tenemos la facilidad o la posibilidad de defendernos a hacerlo, porque hay muchos que, simplemente, no se lo pueden permitir.

Por lo tanto, cuando la comisión de garantías de la UV falló en mi contra, no dudé y acudí a un buen abogado, a un abogado importante. El caso estaba armado y bien armado y las probabilidades de ganarlo en un juicio son altas. Sólo hacía falta un abogado importante y se puede decir que eso obró la magia. Después de cuatro años estériles intentando que la UV tuviese la voluntad necesaria de hacer cambios, he visto como en menos de dos meses se ha cambiado todo el proceso de contratación. Es una decisión inteligente, porque llegado el día que pierdas un juicio, te permite contestar a la prensa que todo no ha sido más que una pequeña anomalía que ya fue corregida por la propia UV al detectarse.

En resumen, protestar con buenos abogados cuando tienes un caudal de pruebas irrefutables a tu favor sí sirve para cambiar las cosas. Toca resignarse menos y pleitear más.

NOTA: Otras universidades españolas ni siquiera publican el baremo, ni los miembros que forman la comisión o la lista de candidatos admitidos. Por otra parte, en los países anglosajones las garantías todavía son menores, ya que no hay ninguna normativa que regule el proceso, que es totalmente discrecional. Si alguien piensa que en España hay más corrupción o clientelismo que en otros países, le recuerdo que la única diferencia es que como aquí tenemos normas para impedirlo que nos saltamos a la torera, se nota más. En los otros países, como dichas normas no existen, se disimula más. Por lo tanto, al abordar este tema se requiere más rigor que soltar los cuatro tópicos del experto de barra de bar titulado en cuñadismo sobre los vicios de España.

SIRERA MIRALLES

Carles Sirera Miralles (València, 1981) is a Spanish historian and adjunct professor in the University of Valencia. His principal lines of research focused on the problems of the democratization in Europe, especially during the end of Nineteenth Century and the beginnings of the Twentieth Century. As social historian, he has wrote about the sports and sociability and his thesis, Un título para las clases medias, is one of the most completed and relevant studies on the subject of the secondary school in Spain. His intellectual influences are the Alltagsgeschichte school, Norbert Elias, Fritz K. Ringer and all historians who, although the limitations of our discipline, think that is possible reach some kind of valid, useful and interesting knowledge.

One thought on “Cómo se cambian las cosas en la universidad

  • Yo tuve un incidente en la Universidad. Fue con un profesor que en su primer día de clase nos anunció que nos iba a “enseñar a leer”. Siguiendo un método “participativo” se procedía a, por grupos, realizar esquemas a partir de un tedioso manual de Historia Económica de España. Tal profesor afirmaba que era un método anglosajón novísimo. A lo largo del curso el profesor dejó claro que lo participativo consistía en la práctica en coger el texto y hacer puntos del esquema párrafo a párrafo. Párrafo a párrafo. De esta forma, no se resumía el texto en absoluto, que es lo que un servidor siempre pensó que era el paso previo de realizar un esquema. Yo le planteé esto en una de las absurdas sesiones de “presentación de esquemas”. Su respuesta fue una mera y chocante apelación a su propia autoridad. Que yo no sabía leer, vamos.

    Llegado el día de la “corrección del examen”, tras haber suspendido a uno que escribe y la práctica totalidad de la clase (digamos que aprobó menos de una sexta parte), pasó por mi lado y me dijo poniendo la mano en mi hombro: “Yo ya sabía que esto te iba a pasar”. En la explicación que dio de su criterio para valorar el examen dejó claro que había suspendido a quien no fue capaz de reproducir de forma exacta y punto por punto el esquema sobre el tema planteado. Vamos, que si no fusilabas el esquema en todos sus puntos y en el orden fijado… te concedía 0 puntos y dado el peso que le otorgaba en el examen significaba el suspenso.

    La reacción general en “los pasillos” fue de indignación. Gente que tenía media de sobresaliente hasta ese momento y asiduos a las notas más altas de la promoción habían obtenido “notas de deshonra” de 2 o 3. Y era un examen final. Todos hablaban de recursos y los “se va a enterar éste” abundaron en la cafetería. Nadie recurrió. Nadie, nadie, nadie. Salvo yo, que no tenía una media que proteger porque era, cursando una doble licenciatura, un alumno orgullosamente mediocre.

    El “dictamen” de quienes juzgaron mi caso fue curioso. Varias páginas poniéndome a parir, diciendo que mi examen ji ji ja ja. Y al final del documento un curioso párrafo completamente incoherente con todo lo anterior afirmando que el examen analizado arrojaba una comprensión y unos datos que mostraban que el alumno había trabajado y estudiado mucho la materia. El fallo final era que no podía aprobar. Kafkiano, sí. Cuando se lo enseñé a mi madre, catedrática universitaria ella, me dijo que toda esa locura significaba ni más ni menos que al profesor en cuestión le habían amonestado y que en septiembre podía pintar un arbolito en el examen porque el aprobado lo tenía garantizado.

    Al año siguiente ese profesor y esa asignatura dejaron, milagrosamente, de ser “un hueso”. De aprobar 1 de cada 6 pasó a aprobar 5 de cada 6. ¿Curioso, verdad?

    Nadie me dio las gracias, e incluso tuve que aguantar comentarios oportunistas del tipo “yo si veo que funciona igual también lo hago”. Aquí aprovecho, por mi parte, para darte las gracias a tí por defenderte y defender a los demás. Tu alegato me recuerda las palabras del jurista alemán Rudolf Von Ihering:

    “La lucha por el Derecho es, al mismo tiempo, una lucha por la Ley; no se trata solamente de un interés personal, de un hecho aislado, en que la Ley toma cuerpo de daguerrotipo, sino que se trata de que la Ley se ha menospreciado y hollado, y que debe ser defendida so pena de cambiarla en una frase vacía de sentido. El Derecho no puede ser sacrificado, sin que la Ley lo sea igualmente”

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