Historia versus Economía

Un académico contra el imperialismo económico

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Sobre el debate Ferreira-Rallo

Después de estos días de fiesta y mientras preparo las maletas para conocer uno de esos llamados países en vías de desarrollo y ver cómo es su proceso de modernización en primera persona (y no desde hoteles de cinco estrellas de la capital como hacen los técnicos del FMI o del BM) leo la contrarréplica de Juan Ramón Rallo, antiguo vecino mío en Valencia, al profesor José Luis Ferreira. El origen del debate está en las acusaciones de pseudocientifismo formuladas por Profesor Ferreira contra la escuela austriaca. Como es obvio, para el autor de este blog el debate no tiene sentido, porque pseudociencia es, precisamente, la economía por pretender tener la autoridad y validez de las ciencias exactas cuando tanto su metodología como objeto de estudio, por mucho que intenten matematizar, no difieren de los de la historia y, por lo tanto, no pueden más que aspirar a estudiar una agregación de casos particulares que refieren a situaciones sociales pasadas y, en consecuencia, jamás podrán establecer leyes universales ni validar mediante experimentación teorías fuertes omnicomprensivas. Esto no significa que los economistas digan siempre disparates, pero son una pseudociencia por pretender ser lo que no son, no por decir disparates. El psicoanálisis o el marxismo tampoco dicen siempre disparates, pero, como pretender asignarse autoridad científica, son pseudociencias. Como es lógico, muchos economistas disfrutan de un gran prestigio social y reputación porque han sido capaces de asentar la condición científica de su disciplina gracias al uso sistemático de modelos matemáticos y los insultos recibidos en estos dos últimos meses me demuestran cómo de celosos son de su estatus social. Es evidente que harán todo lo posible para no transformarse en una disciplina académica como la historia, porque eso implicaría el fin del poder que detentan y ejercen, así como su proyecto de reducir los espacios de deliberación democrática.

Sirvan estos párrafos aclaratorios para posicionarme en esta controversia, aunque el punto que me interesa destacar es la actitud del Profesor José Luis Ferreira. Como ha argumentado correctamente Rallo, los ataques de Ferreira no son más que un cúmulo de prejuicios que intentan esconder su profunda ignorancia sobre epistemología. Para ilustrar la debilidad de los argumentos de Ferreira es aconsejable comparar qué ha escrito sobre Mises o Hayek con Panorama de Historia del pensamiento económico de Screpanti y Zamagni. Los dos autores de este manual, discípulos del segundo Hicks y herederos de Sraffa, es decir con una sensibilidad marxista pese no serlo, tratan con rigor y profundo respeto intelectual a la escuela austriaca, a quienes consideran los auténticos padres de la actual síntesis neoclásica. Por lo tanto, no tiene sentido la postura de Ferreira, quien intenta demostrarnos que el positivismo lógico usado por la síntesis neoclásica es la economía científica, cuando Friedman o Lucas son los herederos directos de la escuela austriaca.

Por esta razón, se hace patente que las intenciones del Profesor Ferreira no son honestas. Está intentando desacreditar públicamente a los anarcocapitalistas que él vincula con la escuela austriaca porque considera que es necesario desautorizarlos y ridiculizarlos en la esfera pública, ya que los considera socialmente peligrosos. En consecuencia, para lograr ese fin que él considera bueno, no reparará en los medios y si debe ser deshonesto desde un punto de vista intelectual, pese su formación académica, lo será. Esto es consecuencialismo: el fin justifica los medios. En un primer momento, como mi sensibilidad es democrática y de izquierdas, podría justificar el comportamiento de Ferreira, porque ideológicamente me separa un abismo moral del darwinismo de los anarcaps, pero yo no soy consecuencialista. El fin no justifica los medios y el proceder del Profesor Ferreira no es honesto. El Instituto Juan de Mariana me produce repulsión, pero no usaré la censura o el insulto para enfrentarme con ellos, comportamientos que, por otra parte, los economistas mainstream sí han usado conmigo en los debates públicos, por cierto.

Por otra parte, las intenciones del Profesor Ferreira de combatir el mal intelectual tampoco me parecen tan nobles. En sus escritos, no puedo evitar ver sus ataques a la escuela austriaca como una pose dirigida a agradar a los sectores de izquierda. Parece como que Ferreira quiere desligarse del ultraindividualismo de los anarcocapitalistas para aparecer como un socialtecnócrata preocupado por el bienestar de la colectividad. Esto, empero, es una operación política muy torpe, porque Ferreira apela a Friedman o Buchanan como fuente de autoridad para ridiculizar a los austriacos, pero, más allá del patrón oro y el enfoque epistemológico, no hay diferencias significativas. De hecho, los métodos científicos que tanto defiende Ferreira llegan a las mismas conclusiones que la escuela austriaca, porque se construyeron para determinar científicamente esas conclusiones, mientras que la escuela austriaca, más honesta en este punto, las defendía por razones ideológicas y morales.

Este furibundo ataque de Ferreira a la escuela austriaca tiene como objetivo convencer a los economistas con sensibilidad de izquierdas de las bondades del paradigma vigente en la disciplina y de la posibilidad de que dentro de la economía académica exista un debate abierto y racional, si se acepta la validez de sus modelos científicos, aunque esos modelos, precisamente, eliminan cualquier consideración social o política del análisis económico. Sin embargo, mediante la exhibición de autoridad académica mezclada con un discurso ilustrado kantiano se intenta a apelar a nuestra confianza en la honestidad de estos economistas académicos libres de prejuicios ideológicos e intereses personales, a diferencia de los austriacos que sí son fanáticos y sí cobran de las grandes empresas por defender sus postulados. De este modo, se criminaliza a los austriacos para legitimar al establishment académico que, como se ha señalado en este blog, violan sistemáticamente el código ético de un universitario y no tienen reparos en censurar o cobrar por defender sus ideas. Así es como se presentan como una autoridad científica neutral que aplicará las medidas racionales y necesarias para lograr el progreso. Un progreso que no es kantiano, porque no se funda en ideales trascendentales, sino que es plenamente utilitarista: la suma de los goces individuales.

Por lo tanto, la principal diferencia está en la retórica, porque como los austriacos asumen los postulados de la ilustración escocesa, no pueden apelar a esa autoridad, a ese tecnócrata, para validarse científicamente. Su escuela creció como reacción al comunismo, otra forma de despotismo ilustrado tecnocrático, y se definió contra la jerarquía del conocimiento. Ese anarquismo epistemológico les inhabilitó para ser tecnócratas y jugar a la política dentro de las instituciones públicas y los partidos políticos. Como ha destacado el Profesor David Sarías en un trabajo reciente, Benjamin Milton Friedman fue plenamente consciente de esa situación y, por eso, forzó su ruptura intelectual con Hayek y construyó la pretensión de validez científica de su disciplina mediante un ridículo remedo del positivismo lógico. Fue la política y las ambiciones personales de Friedman y de Lucas la razón que explica esa supuesta “síntesis” neoclásica que refuta científicamente los modelos keynesianos de Samuelson y que determina matemáticamente que el Estado sobra. Los austriacos pensaban lo mismo, pero tenían la decencia de no atreverse a afirmar que eso estaba demostrado matemáticamente, porque era una estupidez que ofendía a sus inteligencias.

En un primer momento, desde mi perspectiva, esta riña entre primos hermanos podría parecer intrascendental, porque tanto Hayek como Friedman en lo personal me producen un malestar notable. Como ya he comentado, su militancia como intelectuales al servicio de la retórica de la Guerra Fría ayudó a santificar el golpe de Estado de Chile y armar el constructo académico de regímenes autoritarios y regímenes totalitarios que critiqué duramente en el capítulo final de mi libro Max Aub o la democracia inquebrantable. No obstante, no puedo negar el mérito intelectual de Hayek y su contribución válida y significativa al pensamiento. Por el contrario, Friedman sólo escribió obras de circunstancias oportunistas con el único fin de acrecentar su influencia y repercusión mediática. Dentro de cien años, de Friedman sólo se explicará que su fatal arrogancia le hizo formular una teoría tan ridícula, pretenciosa y errada como el monetarismo, mientras que los debates Keynes versus Hayek seguirán marcando la cesura irreconciliable entre las distintas escuelas de economistas. Por otra parte, si bien puedo sentirme moralmente distanciado de los principios axiomáticos de la escuela austriaca, comparto epistemológicamente un tronco común con el libro La acción humana de Mises, ya que es el Max Weber antimarxista la principal influencia del austriaco. En este sentido, los austriacos son más honestos porque sus planteamientos epistemológicos conducen irremediablemente a un debate político e ideológico sobre nuestros principios morales. Su ciencia, por fundarse en un individualismo metodológico fuerte explicitado, sólo puede ser, paradójicamente, ideológica, social y política. Por lo tanto, sólo puede haber con ellos un debate político, pero jamás una discusión científica. Los partidarios de la ciencia económica mainstream, por su parte, niegan la existencia de un debate en esos términos y lo quieren reducir a demostraciones matemáticas que confirman neutralmente sus propios postulados.

Los anarcaps ultraindividualistas con su fundamentalismo de mercado y la defensa de la compraventa de órganos pueden parecernos peligrosos o inofensivos por grotescos, pero, en términos generales, están defendiendo lo mismo que los prestigiosos economistas de NeG o los socialtecnócratas de Politikon, con la diferencia de que los austriacos, por ser coherentes, no son hipócritas. Si alguien considera que exagero, sólo debe recordar el artículo del izquierdista Roger Senserrich sobre la tragedia de Bangladesh. Como comentó el bloguero Isidoro Lamas, la única diferencia entre Politikon y el Instituto Juan de Mariana es el patrón oro.

NOTA 29/12/2013: Hay un claro intento del Profesor Ferreira de separarse de Hayek abrazando a Friedman incomprensible. Para comprobar su nulo conocimiento sobre filosofía política o historia, es aconsejable leer este post suyo sobre la Constitución de Cadiz (Esa Constitución no afirmaba que el Rey lo fuese por la gracia de Dios, sino por la Soberanía del Congreso. Citar sin leer es feo, aunque los economistas se crean con derecho a ejercer esa práctica) http://todoloqueseaverdad.blogspot.com.es/2012/03/lo-confieso-soy-un-liberal.html Es notable su intento de hacernos creer que Tatcher y la Escuela de Chicago no tienen nada que ver (en serio, lo afirma), pero sus respuesta a “Invitado de honor” en los comentarios es también antológica. Uno se queda con la duda de si hay mala intención o simple tontuna, sinceramente.

SIRERA MIRALLES

Carles Sirera Miralles (València, 1981) is a Spanish historian and adjunct professor in the University of Valencia. His principal lines of research focused on the problems of the democratization in Europe, especially during the end of Nineteenth Century and the beginnings of the Twentieth Century. As social historian, he has wrote about the sports and sociability and his thesis, Un título para las clases medias, is one of the most completed and relevant studies on the subject of the secondary school in Spain. His intellectual influences are the Alltagsgeschichte school, Norbert Elias, Fritz K. Ringer and all historians who, although the limitations of our discipline, think that is possible reach some kind of valid, useful and interesting knowledge.

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